Malthus:
A contramano de lo sostenido por el sacerdote y economista inglés, quien en 1780 auguraba un aumento del número de nacimientos como consecuencia del crecimiento económico, las estadísticas actuales indican que ese proceso se observa en las sociedades con mayor índice de pobreza, y no en las más desarrolladas.La teoría del sacerdote y economista inglés, Thomas Robert Malthus, quien en 1798 sostuvo que a “mayor crecimiento económico, mayor número de nacimientos”, ha sido refutada por los datos de la realidad contemporánea que indican que el aumento en la tasa de natalidad se observa en las sociedades pobres del mundo, mientras que en las más desarrolladas el proceso es a la inversa. A finales del siglo XVIII, exactamente en 1798, el sacerdote y economista inglés Thomas Robert Malthus publicó el libro: Ensayo sobre el principio de población, que se convirtió a lo largo de los años en el referente obligado para explicar las consecuencias del impacto que el crecimiento demográfico impuso al medio ambiente y al desarrollo de la sociedad.A contramano del análisis de Malthus, el periodista e investigador italiano Gianni Mazzoleni describió en la segunda parte del libro de Giovanni Sartori, El mundo explota, que la relación resultó ser a la inversa, aunque el resultado al que se arribó fue el mismo: una desmedida explosión demográfica."Hay un hecho real -reconoció Mazzoleni-; en tiempo de Malthus la población mundial alcanzó los mil millones de almas y en poco menos de dos siglos se ha multiplicado por seis. Cometió algún error, pero nos lo advirtió con 200 años de anticipación"."En los países ricos, donde no es extraño que la natalidad sea inferior a la tasa de mantenimiento, los nacimientos son cada vez menos, mientras que en los países pobres la tasa de natalidad suele ser muy elevada", precisó.África, por ejemplo, que es el continente más pobre del mundo, registra el mayor crecimiento poblacional al pasar de 220 millones en 1950 a más de 800 millones en 2001, y se estima que para el año 2025 ascenderá a 1.600 millones de personas.En tanto, los porcentajes en los países desarrollados están disminuyendo de forma vertiginosa: el 33,1 por ciento del total mundial que tenía en 1950, pasó al 22,8 por ciento en 1990 y se estima que para el 2025 el porcentaje descenderá al 15,9.Europa constituye un caso especial dentro de este grupo con tasas de crecimiento inferiores al 1 por ciento anual, e incluso con valores negativos en algunos países como Alemania e Italia.Un caso paradigmático es de la China, donde su población disminuyó en forma proporcional a su crecimiento económico; mientras que en la década de los sesenta la tasa de fecundidad era de 6,5 hijos por mujer, en la actualidad es de 1,8. La consecuencia de este crecimiento humano en las áreas periféricas, según describió Mazzoleni, fue el aumento del éxodo campesino hacia las zonas urbanas para hacinarse en barriadas donde la escasez y la contaminación degradaron aún más el ambiente."En las tierras abandonadas el desierto avanza mientras que en otras partes, en los pulmones verdes del planeta, se extiende la deforestación para obtener terrenos cultivables; el resultado es la destrucción del ecosistema", subrayó.Ese fenómeno que se observa en los países ricos, y que contradice en un todo a la teoría maltusiana, obedeció a varios factores imposibles de haber sido previstos por el economista británico más de dos siglos atrás.Por un lado, el proceso de secularización creciente en las sociedades desarrolladas dio la espalda a las prescripciones religiosas contrarias a la planificación familiar, y por otro, la emancipación de la mujer y su voluntad de elección de su propio destino, además del acceso a la educación, cambiaron radicalmente los parámetros de crecimiento demográfico.Pese a las tibias esperanzas expresadas en el informe "Estado de la población mundial 2002", elaborado por las Naciones Unidas, en el sentido de una caída en el número de nacimientos en las zonas de mayor fertilidad -por sobre todo los países islámicos-, la realidad demostró que se está ante una situación alarmante."Este aumento de la población -alertó Mazzoleni-, se traduce en producción de contaminantes, de basuras y de gases de efecto invernadero, cuya emisión por parte de los países superpoblados está destinada a hacer vano cualquier esfuerzo de los países ricos para limitar estas formas de contaminación".El periodista italiano sostuvo en su obra que a los problemas planteados por Malthus de exceso de población y el hambre que ella trae aparejado, "se ha añadido el elevado consumo de energía, la degradación de la tierra, de los ecosistemas y de la atmósfera".Y aún más: "lo que se hace trizas con un crecimiento demográfico de estas características es en definitiva la organización, la gobernabilidad de las situaciones: las reglas saltan y la organización rechina".Para graficar esta situación, Mazzoleni citó a otro intelectual que en los últimos tiempos adquirió merecida fama por su obra: "El choque de las civilizaciones", Samuel Huntington, quien alertó sobre el peligro de que estas sociedades cada vez más densamente pobladas, al no tener los suficientes recursos para todos, se proyecten hacia el exterior, hacia otros territorios para dominar recursos ajenos.Las alertas, por tanto, llegan desde todos los rincones. La tierra no soporta más que cada quince años se vuelquen a sus frágiles ecosistemas mil millones de bocas nuevas para alimentar, vestir, educar, progresar y desarrollarse.Tal como lo subrayó el Banco Mundial, los cinco grandes ecosistemas de la tierra sobre los que se basa la supervivencia humana -bosques, praderas, litorales, agua dulce y tierras de cultivo-, han llegado al límite de su crecimiento, de su capacidad de reacción y regeneración.Los líderes del mundo no pueden decir que no han sido alertados. En 1972, el Club de Roma elaboró el informe conocido como "Los límites del crecimiento", en donde por primera vez se colocaba a la cabeza de una cadena de problemas al llamado crecimiento demográfico.
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